Por centésima vez los vi
enfundados en sus batas atravesar la
puerta y recorrer el pulido pasillo. Sin pensarlo, camine por detrás de ellos
escuchando su plática en susurros apagados. Sus tecnicismos y desapego
revolvieron mi estomago, como cada vez que los encontraba.
-
Bien, uno más en los porcentajes – dijo uno de
ellos garabateando en su portafolio, guardo el bolígrafo y paso el documento – no
se puede hacer mucho ante algo así.
-
No es el primero ni el último...
“Ni el primero ni el ultimo” mi sangre comenzó a hervir
mientras les veía desaparecer al final del pasillo, empuñe mis manos y cerré
los ojos. Al abrirlos lo vi ahí, vagando con rumbo desconocido.
Camine hasta llegar a su lado,
le mire de arriba abajo buscando algo que me agradara en él. Percatándose de lo
que hacía me sonrió ladeando la cabeza.
Sus ojos tristes captaron mi atención,
intente ignorarlo comenzando a caminar despreocupadamente, él me siguió
trotando los últimos pasos para alcanzarme.
Pasó como muchas veces atrás,
uno de sus brazos por mis hombros atrayéndome a su costado. Pude sentir una
extraña sensación recorrer mi cuello hasta mi cara, incomoda le aparte de un
empellón, seguí caminando consciente de que él permaneció parado en el mismo
lugar a donde le despedí, esperando tal vez, una explicación.
-
¿Por qué? – escuche como me
gritaba desde donde estaba - ¿Por
qué eres así?
No detuve mis pasos ni
titubee, continué sin mirar atrás riendo por lo bajo. Camine sintiendo el mundo
de voces que hablaban de mi estado cuando ingrese aquí golpeando mi mente,
aguijoneando la poca seguridad que tenía en lo que era.
Llegue a las escaleras, subí y
mire el amplio cielo esperándome tras la puerta de la azotea. El viento soplaba
enredando mi cabello. Cerré los ojos y sonreí llenando de aire mis pulmones.
Pero nada paso. El gesto resbalo rápidamente por mi rostro.
¿Cómo se supone que encontrare
tranquilidad en esto? – pensé golpeando mis piernas - ¿De qué forma solucionaría mis
problema algo tan vano?
Decepcionada me acerque a los
barandales que rodeaban el perímetro de la azotea, trepe en ellos y me senté en
la orilla.
Percibía en mi cuerpo la excitación
de saber que con solo un ligero soplo del viento caería sin remedio. Perdida en
mis pensamientos escuche el rechinido de la puerta al abrirse. Abrí los ojos
sin poder recordar cuando fue que los cerré.
-
¿Qué
haces aquí? – le vi entrar a paso cansino, su pecho se elevaba arrítmicamente,
una oleada de preocupación me golpeó, desvié la mirada intentando alejarla.
-
Disfrutando de la vista. ¿tú qué haces aquí? – me miró
directamente, acercándose con una sonrisa.
¿Cómo demonios puedes llevar contigo
a todos lados esa estúpida sonrisa marcada en los labios?
¿En que te ayudan esos patéticos
gestos a prolongar tu vida?
La irritación fue trepando por
mi pecho a mi garganta pero pude contenerla mordiendo mi lengua.
-
Buscándote – contestó tal si fuera obvio para cualquiera
– estar ahí sentada es peligroso.
-
Puede que lo sea para ti, a mi me resulta
especialmente agradable – sus ojos me miraban asustados cuando me vio mecer
divertida mis piernas y dejaba que mi mirada se perdiese.
-
Y eso, para ti ¿es bueno o malo? – se acerco
unos pasos frotando las manos nervioso, algo que se me antojo aun más
entretenido que tentar mi suerte pendiendo del quinto piso.
-
Lo que es bueno y lo que no lo es, es solo un
punto de vista, varia de persona a persona – declare entrecerrando los ojos y
recostando mi espalda en el aire.
-
Entonces – comenzó, mostrando el nerviosismo en
su voz – supongo que todo lo que haces es bueno para ti.
-
No necesariamente – conteste viéndolo avanzar.
-
A que te refieres con “no necesariamente” – siguió acercándose hasta
llegar a mi lado y sentarse en el pavimento.
-
Por ejemplo – digo con una sonrisa – llevo
internada aquí ¿Cuánto?
¿siete meses? – pregunte
sin esperar respuesta – siete meses esperando una oportunidad para continuar
con mi vida, sin limitaciones, algo bueno o positivo, pero no puedo evitar
sentirme más asfixiada que si estuviera sin esperanzas y agonizando. Mi propia
mente me traiciona. ¿lo
ves? – señale mis piernas apresando el barandal - Mi ser en su mayoría está
ahora tendido en la plaza de la planta baja desde antes que cruzaras esa
puerta. – indique con mi dedo un lugar del empedrado donde un grupo de
practicantes deambulaba – Lo que mayormente me constituía cayó y aun así mi
cuerpo continua aferrándose aunque me he perdido, como si el mañana estuviera esperándome
sin alguna trampa cruel, dispuesto a no volver a mofarse.
Los segundos pasaron en
silencio, respire hondo intentando calmar los latidos acelerados de mi corazón.
-
Eso... – levantándose se paró frente a mi - ¿eso es lo que has pensando desde
el primer día?
Le mire un momento
detenidamente.
-
Es mejor que catalogar esta situación como una
competencia – respondí ladeando la cabeza.
-
¿una
competencia?
-
¿nunca
cruzó por tu mente esa idea? – pregunte llevando una de mis manos a mi pecho –
buscamos lo mismo y por la misma causa. Lo único en común. Un corazón y la determinación
de no dejar que las cosas terminen así.
-
Nunca lo pensé de esa manera – trepando el
barandal se sentó a mi lado, volteé a verlo interesada – o creí que hubiera tan
pocas cosas en común entre nosotros.
-
No hay nada que se pueda hacer – le dije encogiéndome
de hombros.
Continuamos mirándonos por unos cuantos
segundos más, la tristeza en sus ojos había aumentado pero por un instante los
vi destellar decididos.
-
Hay algo – soltó tomándome desprevenida.
-
¿Qué? –
pregunte sin captar.
-
Hay algo que puede cambiarlo – asevera seguro
de sí mismo – algo que como tú, mi razón niega, pero que mi cuerpo siente el
impulso de hacer.
Sin moverme intente procesar
sus palabras, buscando eso a lo que se refería.
En el silencio de la azotea le
sentí acercarse, tomar con sus manos mi rostro y acariciar mis labios con los
suyos mientras el viento enredaba de nuevo mi cabello y aferraba mis piernas al
armazón de metal.
-
Aquí, un competidor menos con un beso en común
– fue lo último que le oí decir terminado en susurro a la par que impulsaba su
espalda hacia atrás y veía sus pies rozar el barandal cuando caía.